Cada vez soy más peludo. A veces lo pienso, sin más. También pido disculpas por haberos dejado colgando estas semanas. Es difícil ser constante en esto del mundo digital, no se como lo hacen los youtubers. El caso es que redacté este post hace casi un mes pero luego me distraje con la vida y se me olvidó subirlo. En fin, ahí va, el post final del viaje. Recomiendo leerlo con un tinto de verano y/o una cerveza, que añade a la experiencia…
Veintyalgo de Junio de 2021, ultima etapa de mi viaje en bici por la costa del Pacífico
Ayer viví una de las experiencias más mágicas de mi vida. De niño me obsesionaban tres cosas: la Sirenita, los delfines, y las águilas calvas. La obsesión de las águilas duró bastante tiempo, durante el cual me dediqué a dibujarlas de todas las maneras posibles. Aún guardo esos dibujos. Era una obsesión máxima. El caso es que el otro día dormí en un camping precioso, muy tranquilo. No había ningún otro ciclista, y los otros campistas estaban en sus caravanas escondidos y sin hacer ningún ruido, de modo que era casi como estar solo. La semana pasada tal vez no lo hubiera disfrutado, pero esta semana he estado muy tranquilo y sereno, y los momentos de soledad los he apreciado mucho.
A la mañana del día siguiente me desperté pronto, hacia las 5 de la mañana. No tengo por costumbre madrugar tanto, pero cuando duermes cerca de la costa se condensa mucha agua tanto dentro como fuera de la tienda de campaña, y cada vez que te mueves dentro del saco y tocas la esterilla o el saco por fuera, tocas frio y húmedo, y es difícil seguir durmiendo después de eso. Así que a las 5:30 me di por vencido y decidí salir a explorar. El camping estaba situado en la costa, en un páramo muy recóndito de dunas y arbustos de baja altura. Caminé hacia la playa, sin saber muy bien por donde ir ya que no había un camino claro, pero logré llegar y la vista era increíble. Nada que no hubiese visto ya muchas veces antes a lo largo de este viaje – playa vacía de seres humanos, olas largas y el sonido tranquilizador del océano rompiéndose en pedazos sobre la arena – pero no por ello menos hipnotizante.
Me quedé de pié, al borde de un pequeño desnivel de 4-5 metros de altura, con un poco de playa entre mi y el océano (desde donde está grabado el vídeo), y ahí estuve un rato, absorto mirando al infinito. Y de repente… pasó. Delante mío, a 10 metros de distancia y sin previo aviso, sobrevoló las olas una de las aves más majestuosas y difíciles de observar del mundo, el águila calva. Voló lenta hacia el horizonte, sin verme ahí parado con cara de incrédulo, y desapareció tan rápido como vino. No se si es fácil empatizar con lo que sentí en ese momento sin haber vivido esa obsesión de niño ni haber presenciado ese momento en persona, pero para mí fue algo único que recordaré siempre. Pocas veces se siente una conexión tan profunda con la naturaleza como cuando presencias algo así de íntimo sin que nada ni nadie más se de cuenta.
(*No son mis fotos, por si había dudas)
Me queda una noche para terminar mi viaje, pero antes de pensar en mis palabras finales me gustaría hablar de un par de personajes que me he encontrado estos últimos días, porque son unos buenos personajes.
Después de desayunar en abundancia y buena compañía en la casa de los anfitriones sobre los que escribí en mi último post (los de Warmshowers), salí de la casa en una mañana lluviosa y pedaleé por hermosas marismas y lagos hacia el interior de California, dejando la costa y aproximándome a montañas de verdes intensos salpicadas de carbón, resultado de los intensos fuegos que abundan en California en los meses de septiembre a noviembre.
Pedaleé mucho, y subí el pico que todo ciclista que recorre la costa del Pacífico teme, Legget. La verdad es que no se me hico tan duro como pensaba, tal vez porque me descargué podcasts interesantes, o tal vez porque tanto pedalear te pone en forma. A la bajada de Legget nos pararon por obras y me quedé 15 minutos retenido junto a otros coches. Aquí a la gente se le da muy bien el “small talk”, que no es otra cosa que ponerse a hablar con cualquiera sin ningún pretexto, de modo que siempre que paro me viene alguien a preguntar que a dónde voy, de dónde vengo, y qué estoy haciendo con mi vida. Es una cualidad que admiro mucho de los gringos (y de mi hermano), porque a mi se me da como el ojaldre. El caso es que estabamos ahí parados, y los del coche de detrás (un hombre, una mujer, y un perro patada) salieron de su todoterreno y, mientras la mujer paseaba al perro, el hombre vino a charlar. Hablamos. Me dijo que él también era ciclista, y me preguntó que dónde iba a dormir esa noche. Yo, como siempre, no tenía un plan claro para ese día, y le pedí consejo. Me dijo que tenía una habitación donde me podía quedar, una cama hinchable y una ducha, y según nos intercambiamos los números abrieron el corte de carretera y nos tuvimos que mover. Pedaleé 30 millas más de lo planeado para llegar a su pueblo, Fort Braggs, unas 85-90 millas en total ese día, pero la ilusión de tener una cama sobre la que dormir y un techo sobre mi cabeza me dio la motivación que necesitaba.
Páramos por los que pedaleé aquel día…
Después de 10 horas pedaleando llegué a su pueblo y le llamé. Me indicó el lugar y al acercarme vi que el hombre me había llevado a un centro comercial de dos plantas con bares y tiendas en el piso de abajo, y salas de madera vacías en el piso de arriba. Me contó que era el dueño de todo el edificio, y que estaba reformándolo para convertirlo en un macro-salón de actos para ricos de San Francisco. Me presentó a Mark, el hombre que iba a cocinar para los eventos, y Mark, David (el hombre), Dana (su mujer), chichi (el perro patada) y yo nos sentamos a beber cervezas y comer pizza. La generosidad de las personas con las que me he encontrado en este viaje no deja de sorprenderme. Esa noche dormí increible, redondo como una pelota, y a la mañana me cebaron con 5 (cinco!) huevos fritos, magdalenas, zumo de naranja y tostadas. Pedaleé feliz ese día.
La última persona de la que quiero hablar es Mara. A Mara, una mujer de 64 años que estaba como una chota, me la encontré en un camping hace dos noches. Después de pedalear un buen llegué a un camping que no tenía espacio para ciclistas, de modo que me vi obligado a pagar 35 dólares para pasar la noche. Por suerte apareció Mara. Mara estaba en la recepción y me puse a hablar con ella. Le caí majo y me dijo que nos podíamos quedar en la misma parcela de camping y pagar a pachas.
Mara y yo pasamos esa tarde juntos, cenando y conversando. Lo primero que me preguntó es si no me importaba que se echase un porrillo. Yo respondí que sin problema, así que durante una hora estuvimos hablando mientras se rulaba el porro más grande que he visto en mi vida. La tía es botánica y trabaja en la industria del cannabis. Ya se le veía en la mirada y el ralentí cerebral, que estaba en punto muerto 3 de cada 4 segundos. Pero además de botánica, Mara me dijo que escribe cuentos para niños, que tiene varias películas en su cabeza, que tiene un programa de radio, y que escribe chistes y es monologuista. En ese momento pensé: una de dos, o es una de estas personas excéntricas que están como una cabra pero que son realmente brillantes, o es alguien a quien la soledad le ha brindado demasiado tiempo para montarse una realidad paralela en su cabeza, y sus delirios de grandeza van a acabar con ella. Por desgracia, creo que se acerca más al segundo caso.
Los que me conocéis bien sabéis que mi sentido del humor está roto. No suelo entender los chistes porque mi cerebro es muy literal, y siempre tardo 5 minutos en saber si algo me hace gracia. Ello, junto con la sensación de que la mujer no andaba muy cuerda, me hizo temer el momento en el que Mara se animase a compartir sus chistes conmigo. Pero de tanto querer evitarlo se materializó su oportunidad y sin yo pedirlo ni quererlo Mara decidió que me iba a contar chistes. Y ¿Sabéis qué? … Eran MALÍSIMOS!! Ni siquiera los llamaría chistes, eran tan malos que ni por malos hacían gracia. Le tuve que decir que no me hacen gracia los chistes en general para que no se ofendiesen porque no sabía ni fingir la risa. A la tía le dio igual y me los siguió contando. Mara, aunque estaba como la puerros, tenía muy buen corazón y lo pasamos bien compartiendo cervezas en el camping. A la mañana siguiente se fue pronto y me dejó una nota bajo un trozo de madera.
Y esto nos trae a hoy. En realidad ha habido unas cuantas noches de camping de las que no he hablado, pero pasaron por mi vida sin pena ni gloria. Muchos mosquitos y comida de lata. Te ayudan a apreciar la comodidad de un hogar con paredes y techo. Ahora mismo estoy sentado bajo la sombra de un árbol en Bodega Bay, a 60 millas de San Francisco (Mentira, estoy en Ciudad de México sentado en una cama con un gato comiendo sopa, pero en ese momento sí que estaba a 60 millas de San Francisco). He decidido pasar aquí dos noches porque se está muy tranquilo, hay poca gente, he vuelto a coincidir con un amigo que hice hace unos días que también viaja en bici, y porque mañana voy a quedar con unos amigos de la universidad en una playa a 10 millas de aquí. Después de nuestro día de playa es posible que me vuelva con ellos en coche – las carreteras están muy peligrosas de aquí a Berkeley, y no merece la pena, de modo que ahí concluirá mi viaje.
Conclusiones: viajar en bici solo y por un país que no es el tuyo es duro. Probablemente por el tuyo también. En soledad es cuando tus pensamientos pueden tomar excesivo control de ti. Por lo menos, lo hacen de mi, y hay muchos pensamientos autodestructivos que salen cuando paso más de una semana solo. Lo bueno es que tal y como vienen se van, y desde que escribí el último post me he encontrado mucho más sereno y con más capacidad de meditar y relativizar la vida. Por otro lado nunca había experimentado la naturaleza de forma tan directa y pura. Estados Unidos tiene mucho de todo, bueno y malo, pero desde luego la naturaleza que hay aquí es increíble. Este viaje también me ha brindado el tiempo necesario para reflexionar sobre mí mismo, un lujo del que disfrutamos poco. Por ello, y todo lo demás, me siento agradecido.
Gracias por compartir este pequeño viaje conmigo :). Espero haber podido transmitir con suficiente fidelidad la grandeza de lo que he vivido. Nos vemos en la próxima!
Bezos y abrasos,
Pablo