Dado que somos seres sociales, y que nuestra vida está completamente determinada por nuestra capacidad para comunicarnos con el resto, sería de esperar que en el colegio, además de mates, lengua, historia, etc., se nos enseñase a gestionar las emociones correctamente y a comunicarnos de forma sana y efectiva con aquellos que nos rodean. Es mas, eso debería ser una porción notable del curriculum. Igual el sistema educativo ha cambiado mucho desde que yo era alumno, pero yo no recuerdo jamás una clase sobre inteligencia emocional, ni sobre formas de comunicación. Y si las hubo, debieron ser tan pésimas y aburridas que ni me acuerdo. Y ¿qué pasa? Pues que uno no es parido al mundo con la capacidad de comunicarse perfectamente con las personas, uno aprende distintos patrones de comunicación a medida que se desarrolla en sus círculos sociales. Y si nadie te enseña explícitamente patrones de comunicación sanos (para empezar porque la gente no suele saber qué implica una correcta comunicación de las emociones – porque las mates, la lengua y la historia son oooobviamente mucho más importantes que esa mierda), lo aprendes a hostias a lo largo de un camino de sufrimiento en el cual no solo te descuartizas mentalmente tu, sino que descuartizas a los que te rodean. Y hasta que uno no se da la hostia suprema y se te arranca la mitad de la cara, a veces no te paras a reflexionar sobre estos temas (o no lo haces tan a fondo como deberías). Por si no os habíais dado cuenta, estoy hablando desde mi experiencia propia. Por eso hay tanta rabia en mis palabras.
Yo doy mucha pena comunicándome. No hablo de que sea disléxico, ni de que no sepa pronunciar palabras. Hablo de la capacidad de exteriorizar de forma sana lo que me ocurre internamente. Esto es especialmente notable en situaciones de conflicto (tanto real como potencial). Es como si me hubiesen arrancado la parte del cerebro que se encarga de conectar lo que siento, quiero y deseo, con la que se encarga de expresarlo. El caso es que, como forma de trabajar sobre estas embolias psicológicas mías, mi querida psicóloga me sugirió que me informase sobre la asertividad, un término para mí desconocido hasta entonces, y dado el enorme valor que vi en ello, he decido que necesito compartirlo para que a otros embólicos mentales os sirva de ayuda también.
¿Qué es la asertividad?
Pues para entender bien el concepto, primero hay que hablar de ciertas cosas; entre ellas, los sentimientos y las tres formas básicas de comunicación. Voy con lo primero: los sentimientos y las emociones. Para empezar, me gustaría destacar el hecho de que, en nuestra sociedad, se nos enseña a no sentir. Y si eres un tío, más. Parece que lo que hay que hacer es avanzar en la vida, y que los sentimientos que esta te suscita (sobre todo si son tirando hacia la tristeza, el miedo, los celos, la soledad, etc.) te los tienes que tragar. Se un hombre y déjate de mariconadas! Ya me entendéis. El resultado final es una deficiente comprensión de la variedad de emociones que uno puede sentir. Si te vas al diccionario, verás que hay muchísimos sentimientos posibles, pero a efectos prácticos nosotros estamos acostumbrados a reconocer muy pocos. Y cuando la vida corre muy deprisa, o estás bien o estás mal. Y si estás mal, te das un paseo. Punto.
Como si esto no fuese suficiente, emitimos juicios morales ante distintos sentimientos, de modo que sentirse de un modo u otro hacia algo o alguien (y reaccionar de forma acorde a ese sentimiento) puede ser categorizado como ‘bueno’ o ‘malo’, en función del contexto cultural en el que te muevas. No solo por los demas, sino también por el que siente el sentimiento. Esto da como resultado personas a las que les cuesta ser sinceros emocionalmente, porque temen desencadenar reacciones negativas por parte de aquellos que puedan emitir juicios de valor sobre su forma de sentir. Ya lo he mencionado en un post anterior, y lo volveré a repetir porque me gusta mucho: los sentimientos no son ni buenos ni malos, son informativos. En otras palabras, los sentimientos son la forma sana y natural que tiene cada uno de determinar sus límites personales, y de guiarnos hacia lo que más nos satisface/gusta/hace felices. Sentirse cabreado por algo que alguien te haya dicho no es malo. Ahora bien, tu forma de reaccionar ante ese cabreo si puede ser mala (si por ejemplo le abres la cabeza con la mesa de planchar).
Un claro ejemplo de todo esto sería el chaval de 12 años al que le gusta el rosa, pero que no se viste de rosa porque, culturalmente, el rosa está asociado a las chicas, y sabe que si lo hace va a ser ridiculizado en clase. Al chico le gusta el rosa, pero ese sentimiento de atracción hacia el color se lo tiene que guardar. A menos que tenga mucha personalidad y vaya marcando tendencia claro. Pero si no hubiese una asociación entre ese sentimiento de atracción por el color rosa y la connotación negativa que se le da en este caso, ese sentimiento no quedaría reprimido. Es curioso porque esto que digo del rosa, en Ghana no existe, y ves a chavales con una camiseta rosa de Hello Kitty y a nadie le importa una mierda. Es todo cultural.
Uno de los mayores problemas del ‘estreñimiento emocional’ (de que las emociones no fluyan libremente, sea por el motivo que sea), es que se pudren en nuestro interior. Esto es especialmente notable en lo que respecta a las emociones de carácter negativo, como el dolor, la envidia, la frustración, el engaño, el rechazo, la humillación y la ignorancia. Estas, si no se expresan y quedan guardadas en nuestro interior, se convierten en enfado, y este, a la larga, en depresión. Para entender porqué, conviene introducir un término clave: la homeostasis.
La homeostasis se refiere al equilibrio del cuerpo. Normalmente se suele emplear en biología, hablando de un equilibrio físico, pero aquí vamos a hablar de ello con respecto al equilibrio emocional. De este modo, cuando la mente está tranquila, podemos decir que está en un estado de homeostasis. Sin embargo, un suceso cualquiera rompe ese estado de equilibrio, ya que suscita en nosotros un pensamiento y un sentimiento que nos desplazan fuera de él. Es cuando reaccionamos de forma apropiada a ese sentimiento que recuperamos la homeostasis. Si no lo hacemos, pues no.
Habitualmente no reaccionamos adecuadamente, sino que embotellamos el sentimiento, el cual pasa a convertirse en un síntoma somático (un dolor de cabeza, de estómago, etc.). PD: el cuerpo y la mente están conectados, mucho más de lo que algunos escépticos pensamos. Otras veces, canalizamos el sentimiento, pero hacia una o unas personas que no son culpables de lo que hemos sentido. Aquí un típico ejemplo es el del padre (o la madre) de familia que se tira todo el día guardándose el estrés del trabajo, siendo majo con los clientes que odia profundamente, y gimoteando insultos hacia su jefe al cual no soporta, y lo acaba vomitando todo sobre su mujer/marido e hijos, simplemente porque es con ellos con quien siente que puede expresar estos sentimientos de forma segura. Desgraciadamente en estas situaciones, se acaba faltando al respeto a quien más se debería respetar.
Entonces, ¿qué es la asertividad? Pues la asertividad es un tipo/estilo de comunicación que se basa en proteger nuestros límites personales sin herir los sentimientos de aquellos con quien nos comunicamos. Vamos, que es como una fórmula para ser muy francos y respetuosos a la vez, tanto con nosotros mismos como con los demás. Por tanto, está claro que para ser asertivo, primero hay que saber escuchar a nuestro lado emocional. Punto para recordar.
Existen tres tipos de comunicación:
1) Comunicación agresiva. Este tipo de comunicación es la de un padre crítico: es autoritaria y, podría decirse, falta de filtros. Las personas que se comunican de este modo suelen atacar a la persona directamente en vez de a la acción que han realizado (e.g. “Eres estúpido por haber dejado el fuego encendido!” en vez de “Dejar el fuego encendido ha sido una estupidez!” GRAN DIFERENCIA!), pudiendo llegar a ser violentas verbalmente (emplean insultos). La comunicación agresiva suele desencadenar peleas y confrontaciones.
2) Comunicación pasivo-agresiva. Es una comunicación característica de los niños, la cual destaca por una evasión de posibles confrontaciones. En esencia, el que se comunica de forma pasivo-agresiva es deshonesto en lo que dice, indirecto, emplea herramientas como el sarcasmo y, en definitiva, busca manipular a la otra persona para que acabe siendo esta la que cambie de opinión o ceda ante una disputa (mediante el uso de fórmulas como “haces que me sienta…”). Me voy a detener aquí, porque este es mi tipo de comunicación y lo odio profundamente. Yo soy muy pasivo-agresivo, y viene de que no me gusta herir a las personas. Y eso a su vez viene de que pienso que si hiero a las personas me van a rechazar. De modo que en realidad es puro egoísmo y miedo al rechazo, y no se hasta que punto son los sentimientos de la otra persona los que me importan. Me gustaría pensar que soy buena gente y que lo que me importa más son los sentimientos ajenos, pero hay veces que lo dudo. Supongo que tengo que explorarlo más. El caso es que, en mí, este tipo de comunicación es un mecanismo de defensa que se produce de forma instintiva, y muchas veces no me doy ni cuenta de lo que está pasando. Hace falta mucha introspección y autocrítica para darse cuenta, pero creo que es un estilo comunicativo bastante común y el cual hace sufrir bastante (porque de no quejarme de las cosas acabo sufriendo yo, y volviendo locos a los demás). Pero bueno, de aquí pa lante.
3) Comunicación asertiva. Esta es la que mas mola. Es un comunicación abierta, honesta, directa y de igual a igual. El objetivo del que se comunica es informar a la otra persona sobre como el o ella se siente y piensa, y de ese modo respetar sus límites personales, defender su posición, y no faltar al respeto a nadie. Se minimiza el riesgo de herir a las personas. Por eso me gusta tanto la asertividad. Pura crema.
Para comunicarnos de forma asertiva, es importante empezar las frases con “Yo me siento/Yo necesito/Yo quiero/Yo ienso…”. Ese “yo” es muy importante, porque hace ver que eres tú el que controla como te sientes, y no los demás. Me explico; con frecuencia se nos dice que son los demás los que nos hacen sentir de un modo u otro, pero esto no es cierto. Soy yo el que, debido a mi autoestima, mi humor, el día que llevo y mi sensibilidad ante las cosas, determina cómo me voy a tomar un comentario. De modo que un comentario que iba ‘de buen rollo’ me puede sentar como una patada en el culo porque lo he malinterpretado, y antes de culpabilizar a esa persona por ser una desgraciada sin sentimientos, es importante informarla de que ese comentario me ha sentado mal A MI.
Existen 4 partes a tener en cuenta cuando nos comunicamos de forma asertiva con los demás:
1.- El contenido y la estructura. Esto es todo lo que hemos hablado en este último punto.
2.- El lenguaje no verbal. No se puede ser asertivo si estas enchepado y actuando como una nutria atormentada. Tampoco si te subes a una silla para estar más alto que la otra persona. Se trata de estar en una postura de respeto e igualdad, tanto por el otro como por uno mismo.
3.- Contacto visual. Esto no tiene mucho misterio; simplemente mantener un buen contacto visual, pero tampoco penetrarle a la otra persona con tu mirada hasta que se le derritan las córneas. Un equilibrio, como siempre.
4. Tono de voz. Este es obvio; ni muy bajito y suave, porque por muy bien formulada tu frase, va a sonar a comunicación pasiva, ni muy alto porque se vuelve comunicación agresiva.
Conseguir combinar estas cuatro partes a la perfección no es fácil, y requiere su práctica. Sin embargo, existe una estrategia muy útil para ello y es la de olvidarse un poco de lo que piense la otra persona de nosotros. En mi caso, este es un punto clave ;). A mi, ser asertivo me cuesta mucho, pero estoy trabajando duro para serlo. Me gustaría que cada uno de vosotros hagáis un ejercicio de introspección e identifiquéis qué estilo de comunicación es el que os caracteriza más. Luego, si os apetece, me lo comentáis, y así me siento más acompañado en mis embolias mentales jaja.
Vayan con Dios amigos!